También la riera de Feitús, es brozada en un largo trazado dejando
ver el cauce, un lugar acogedor, donde leí parte del libro es mentado, al murmullo
del agua al chocar con las piedras. Todo un placer. Visité La Roca, Sant Pau de
Seguries y Camprodon.
Vencí mis miedos de adaptación, lavabo, cama, mí andar cansino,
venció los 74 cortos pasos por 4 veces al día, para acostarme y levantarme. Estoy
contento de tal proeza. Apoyado con fuerza a mí andador (balcón) pasito a
pasito, cansado muy cansado, vencí lo que más temía.
Le estoy agradecido a mí ELA que me tocó para vivir, que aun después de diez y siete años del diagnóstico, me permita hacer estas proezas, dentro de mis limitaciones. Josep
Le estoy agradecido a mí ELA que me tocó para vivir, que aun después de diez y siete años del diagnóstico, me permita hacer estas proezas, dentro de mis limitaciones. Josep
UN ANDAR
SOLITARIO ENTRE LA GENTE
Antonio Muñoz Molina
(recomiendo su lectura)
Tú Decides lo
que Quieres y Cuándo lo Quieres. Quiero vivir así, con esta ligereza, entre las caminatas y los
libros, con el cuaderno y los lápices y la mochila al hombro, con mis botas
fuertes y cómodas, que impulsan elásticamente mis talones y los músculos de las
piernas, el émbolo de hueso del fémur engarzado en la pelvis, con su fortaleza de
osamenta primitiva, la base que se aposenta la columna vertebral. Quiero vivir
a pie, vivir a mano, vivir a lápiz, vivir a mi aire, a lo que salte, al aire
que mueve mí cuerpo al desplazarse, como las brazadas de los nadadores, a lo
que salta y lo que aparece a cada momento delante de mí. Quiero no salir de mi
asombro. Quiero dejar a un lado o en suspenso lo que soy y lo que llevo conmigo
y volcarme más bien en lo que llega y en lo que voy encontrándome, como esos
personajes de los cuentos antiguos que no tienen pasado ni otra biografía que
la de sus encuentros por los caminos, la gente con la que conversan, lo que
escuchan furtivamente cuando se para a descansar y les llega una
conversación en una mesa contigua, al
otro lado de la puerta. Quiero ir con una ropa ligera y suficiente y con las
manos en los bolsillos, y a ratos oscilando al ritmo binario de la caminata. Quiero
buenos bolsillos en los que quepa lo que voy encontrando, alguno lo bastante
holgado para llevar en él un libro; u libro ligero, desde luego, de bolsillo,
que no pese mucho, que se deje leer a ratos y rachas, que pueda leerse de principio a fin también a saltos, al azar, a
salto de mata. Quiero sentirme instalado en el tiempo como en un paisaje
anchuroso que no tengo ninguna urgencia por atravesar, aunque disfrute mucho
caminando rápido.
Vive en la
Isla donde las cosas Son Invisibles. Recuerdo los caminos del campo holandés, a las afueras de
Ámsterdam, la tierra plana y el cielo atlántico dilatando el espacio sin hacerlo
opresivo ni ajeno. Quiero tener mi cuarto, con mis papeles, mi música, mis
cuadernos, mis fotos, mis tarros y estuches de lápices, la ventana muy ancha
por la que entre todo el día una luz pálida, el sillón con escabel donde me
siento a leer con una vista del cielo sobre las terrazas de Madrid. Pero me
gusta llevar mi cuarto conmigo, como un escribano ambulante, y poder instalarme
en cualquier momento en cualquier sitio. Quiero quedarme en un café mirando por la ventana y leyendo el periódico
o no haciendo nada más fijarme en la gente que pasa, prestar atención a las
conversaciones cerca de mí. Quiero sacar mi cuaderno y mi lápiz en la mesa corrida
de una biblioteca pública o en el restaurante
en el que como solo y aprovecho la espera para hacer una anotación
rápida, el borrador de algo que no quiero que se me olvide, el apunte verbal de
una cara que me atrae en una mesa cercana. Me gusta el silencio en mi cuarto y
el rumor de la gente a mí alrededor en las bibliotecas y en los cafés.
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